viernes, 19 de marzo de 2010

Pierre Gonnord o la esperanza después de los 30 por Sara Sánchez

A través de la exposición que hemos podido ver en Alcalá 31 hasta hace unos días, me acerco y conozco la obra fotográfica de Pierre Gonnord, y esto me lleva a interesarme e investigar sobre sus procesos de trabajo y su trayectoria hasta el momento actual. Conociendo su biografía, lo primero que me llama la atención y el motivo de que haya aumentado mi interés por él, es saber que no comenzó su trabajo como fotógrafo hasta hace 11 años, y teniendo en cuenta que este artista ahora cuenta ahora con 47 años, nos encontramos con un dato importante para la reflexionar.

Como proyectos de artistas, nos envían mensajes de forma continuada y más o menos sutil de que tenemos que despuntar en esto del arte mientras somos veinteañeros. Multitud de premio y becas así nos lo indican. Ser joven es un valor añadido y a esa juventud se le pone fecha de caducidad. El circuito artístico se nos presenta con una maquina compleja e incluso hermética a la que se puede acceder siguiendo determinados “circuitos” o protocolos de actuación. A parte, claro esta, el “dejarse ver” y el arduo trabajo de relaciones publicas. Si a esto sumamos los grandes ánimos que se nos da desde la propia facultad sobre lo imposible que va a ser dedicarse a esto del arte, (a veces incluso de forma sangrante en la misma charla de presentación cuando entras en primero) nos encontramos con un paisaje desolador que hace que la mayoría de los estudiantes de BBAA ni se plantean siquiera dedicarse al arte como opción. Acercándose una peligrosamente a la frontera de los treinta y estando aún en el escenario académico, se hace complicado mantener la esperanza de que algún día tus proyectos puedan ver la luz. Y en esto llega Pierre Gonnord y nos dice que es posible.

Gonnord no iba para artista, no estudio para ello y ni siquiera se lo había planteado. La gustaba la fotografía y el arte desde pequeño pero desde cierta lejanía. Su estudios y su vida laboral fueron por un camino más “práctico”. No fue hasta los treinta años y a través de un proceso personal doloroso en el que su incluye la muerte de un hermano, cuando hace un parón en su vida. Realiza en esa época un viaje a Cuba en el que realiza multitud de fotografías. A volver y revelar los carretes (ya nos parece prehistoria el mundo anterior a lo digital) se encuentra que sus fotos son todas de retratos. Ni paisajes, ni objetos, solo caras, caras y más caras. Su crisis personal, y la timidez que él dice que padece, le hacen utilizar la fotografía como forma de acercarse y dialogar con el otro. Tuvo la suerte entonces de que sus amigos cercanos le animan a seguir por ahí y le recalcan la calidad de sus trabajos. A partir de aquí nos encontramos una especie de cuento de hadas para artistas que nos deberíamos leer a nosotros mismos al irnos a dormir: ya había pasado los 35 años cuando comenzó a trabajar profesionalmente como fotógrafo, le descubre ni más ni menos que Juana de Aizpuru que se convierte en su galerista, y la primera obra que vende es al Reina Sofía. Y después de esto exposiciones individuales y colectivas por doquier, estar presente en las mejores ferias, y el tener libertad para afrontar sus proyectos e investigar los temas que le interesan.

Es fácil encontrar la moraleja de esta historia. Tengámosla presente.

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