martes, 26 de octubre de 2010

otoño según Valcárcel Medina

El otoño despedaza al verano, armando un nuevo imaginario; pero eso vuelve a ocurrir, de forma parecida, tres meses más tarde aproximadamente, y así en lo sucesivo. ¡Qué bien si el arte se regenerara tan rápida y fielmente! Pero no, el arte requiere otro tipo de esfuerzo, es probable que menos auténtico, pero a cambio también menos automático. Así que, antes de suponer un espíritu decaído, se podría reconocer que lo que aquí se hace es aprovechar el cambio de estación (que es recurrente) para planear el cambio de arte (que es obligado siempre)… que es deseable ahora.
El museo comprende que no todas las estaciones son iguales, aunque todas retornen…; que no todas las voces suenan con la misma melodía, a pesar de que usen las mismas notas. También el museo parece haberse dado cuenta de que el ritmo de la estacionalidad natural aconseja montar manifestaciones de, también aproximadamente, tres meses de duración.
De modo que este otoño habría de ser, por idénticas razones, un tramo en el camino de nuestro arte ya tan gastado, ya tan sabido; pero, naturalmente, un tramo no consabido. De sobra nos consta que aunque ninguna alteración creativa –ya sea natural, ya sea cultural- garantiza el acierto o la permanencia, todas ellas aspiran a desbrozar el camino y a abonar el terreno. Estos últimos meses de 2010 son inexcusables; ellos por sí, aunque no más que cualesquiera otros. Tal vez las hojas secas que dejen en las cunetas no resulten tan fértiles; tal vez, como dice el poeta, nadie se dé cuenta del otoño, pero los artistas que intervienen en esta exposición habrán cumplido su papel mostrando que el arte no ha, por fuerza, de ser un discurrir sin saltos, sin sobresaltos.
He aquí, pues, un racimo de obras transparentes y de autores en fuga, lo cual no es otra cosa que el imaginado arte del momento y, a la vez, una especie de guía para conspicuos. La apariencia de proyecto museístico sin más que puede ofrecer este pequeño racimo no pretende confundir sobre la condición de testimonio que conservan los frutos que se ofrecen; más bien se trataría de saber en qué medida, una vez que se entra en la propuesta, se puede y se quiere salir de ella… seguir en ella.
Lo que se plantea es el asunto de la creación en un aspecto ajeno al habitual eufemismo, el cual esquiva llamar arte a lo que es sencilla y directa visión de la realidad. Pues bien, aquí se valora una modalidad del concepto (inabarcable de puro multiforme) de dimensión en el arte. Tan es así que las particulares extensiones de estos concretos espacios y maneras de arte no pasan de ser insinuaciones sobre acercamientos al mismo. Estos cuatro juegos de coordenadas pueden representar marcos necesarios, pero prescindibles encuadres…, diseños alusivos, pero no contabilidad cuadrada; pura circunstancia, en una palabra. La imagen postula: también así puede expresarse el arte de la constatación, pero no forzosamente así. ¡Estaría bueno! Por ello, el caballo de batalla de nuestra intentona se centra en saber que qué proporción estas manufacturas del otoño son arte exhibido en un lugar de exhibición.
Y como ha aparecido la palabra “marco”, de tan honda raigambre en esto del arte de uso, bien vendría el siguiente análisis: el marco que cobija la obra (o la peana, o la vitrina, en su caso), ¿a qué naturaleza corresponde, a la del arte o a la del ámbito constatable? Y más: ¿puede el ámbito hacerse arte?... porque lo que no cabe dudar es que no nos es dable prescindir del ámbito. Después de todo, algún arte de escaso uso fácilmente podría definirse como un modo, a ser posible ingenioso, de encajarse en el ambiente.
Resumiendo: este proyecto no señala directrices, no indica actuaciones; lo útil a partir de él a lo mejor sería precisar si las inercias pueden ser olvidadas o si, por desgracia, son lo único imperativo en el terreno del arte contemplado.
Isidoro Valcárcel Medina



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